A donde va la gente cuando llueve?

Desde chico, desde muy chico, siempre me gustaron los días de lluvia.
Amo las mañanas en donde al despertar siento ese olor “a mojado”que hace de la ciudad un lugar sumamente adictivo para respirar. La frescura del viento que roza en la cara.
Que le da a uno esa cachetada de frío necesaria para poder despertar.
Siempre, siempre me gustó. Tanto así que el olor del ladrillo mojado me transporta automáticamente a mi infancia. Allí, a mi vieja casa. A la humilde casa que me vio crecer. En donde despertar por el ruido de las gotas que golpeaban en el techo era algo que festejaba con suma locura.
Ver ese espectáculo hacía que me dieran unas ganas locas de salir a la calle. Ja ja ja claro que después de que calmara la llovizna, salían( vaya uno a saber de donde) esos sapos y ranas a los cuales siempre les tuve respeto(por no decir miedo). Pero igual estaba bueno.
¿Y las noches? Esas ya son parte de la añorada adolescencia. En donde me acostaba en mi cama a escuchaba algún cd de música a todo volumen con mis auriculares y con la ventana abierta veía como el cielo gris vomitaba litros y litros de oscura agua. ¿ Eh, y los partidos de fútbol en el barro? Ahhh esos eran los mejores!. Era disputar cada pelota como si fuera la última. De pisar y correr con cuidado ya que la torpe caída podía ponernos en el centro de las burlas de los amigos. De gritar el gol como si fuera la final del mundo.
Sí, eso realmente valía la pena.
Salir con ese paraguas negro que tenía tantas o más heridas que un soldado en plena batalla.
Todo por el solo por el gusto de usar las botas y pisar esos charcos que tanto nos tentaban.
El llegar todo mojado del cole y poner la ropa cerca de la estufa para que seque. Todo, todo eso valía la pena. Y lo extraño mucho..

Indudablemente mi lado cursi volvió a ganarme..